Los ciruelos rojos o Pissardis, imponen su color por doquier, tiñendo de rosa la ciudad.
Tras el crudo invierno, manifiestan con su esplendor, el vislumbre de una nueva primavera.
Los miro entre curiosa y embelesada, y me detengo a escucharles.
Me muestran con la sencillez del momento, sus pequeñas flores, rosas, blancas, cada una de ellas necesaria para construir la unidad de color que percibimos.
Me dice, que aunque no lo entienda, todos y cada uno de nosotros, somos importantes.
Que todos somos lo mismo, flores individuales , todas necesarias para formar un todo.
Paradójicamente, al contrario que la mayoría de los árboles, las ramas austeras y desnudas del ciruelo rojo, pasan con prisa, a llenarse de belleza floral antes de que broten sus hojas, mostrando su singularidad.
Rebeldía ante lo que se espera de un árbol.
Me habla de la individualidad y libre albedrío de cada uno de nosotros; de la aceptación sin costo, ante cualquier expectativa y juicio ajeno, de lo que cada cual es, sin lucha, sin pretender satisfacer a nadie con lo que se espera de un árbol.
Observo como el Pissardi empieza a desprenderse de sus flores. Como unos pequeños brotes de hojas granates, empujan y nacen; como tu, como yo, lo hicimos un día.
Sin espavientos, con la naturalidad sencilla de lo que es.
Y caen planeando dulcemente, formando una bella alfombra en la base del árbol, recordándome que es necesario soltar alguna de nuestras flores, para que de otras surja el fruto.
Me habla del desapego necesario, de lo que vivimos como bello, colorido, cálido; también, del desapego al invierno, a lo muerto, a lo gris, a lo frío.
-Vive en este justo y preciso momento-parece decirme-, vívelo todo, lo que percibes como bueno y lo que no, lo triste y lo bello. Serena aceptación de un presente perfecto aunque ahora no puedas sentirlo.
No desees que sea de otra manera. En su momento entenderás. Las estaciones se suceden.
Todas ellas.Siempre-.
Me cuenta pues el Pissardi, cuan efímero e impermanente es todo en la vida.
La vida misma lo es.
Lo observo, tan cálido y colorido, que la brusquedad del invierno desaparece, pese al frío que perdura.
Parece decirme que algo empieza a quedar atrás, y algo más cálido y esperanzador está por venir.
Ciclos de colores grises y oscuros, necesarios para que renazcan otros, más alegres y coloridos, que darán paso a rojos y granates y a otra pérdida, otro otoño, otro invierno. Y me viene a la memoria la película "Primavera, verano, otoño, invierno y ...primavera".
Trailer de la película:
Enlace a la película completa en español:
La flor del Pissardi no es tímida. Muestra abiertamente su parte más intima, exhibe con naturalidad sus estambres, se expone al mundo tal cual es, sin vergüenza, sin ocultar nada, sin necesidad de ser otra cosa más que lo que es.
No se le ocurre plantearse si la juzgan descarada o cualquier otra cosa.
Es lo que es. Así. Ahora.
Envidio la sencillez de su valentía innata, la no mente, la si alma de dejarse ser, mostrando así toda esa belleza que somos todos cuando nos mostramos como esta pequeña flor, desnudos ante la vida, ante uno mismo sobre todo.
Cada año que pasa, recorre el mismo ciclo. Más cada final de invierno, florece con más ímpetu, mas frondoso, más esplendido. Sabe que volverá el invierno. Y quedará de nuevo gris y desnudo, pero no le importa.
No tiene entonces más que ofrecerse a sí mismo y al mundo, que su sombra tétrica y gris, de árbol desgarbado de película de terror. Pero eso, también forma parte de él. También es él.
Y descansa, y sobrevive a sus inviernos, sin dramas, en la más absoluta confianza en la vida.
Llegará otra primavera.
Quizas la última, o no. Algún día desaparecerá, morirá como todo ser. Pero hoy está vivo y se dedica a dejarse vivir, gris, o colorido, dejándose en paz, viviendo y sabiendo, que su vida tiene sentido.
Le doy las grácias por su presencia que colma mis sentidos, por su sabiduría, por esta conversación silenciosa que me llena el alma de paz, amor y confianza.
Siempre podemos, parar y escuchar, al Pissardi que llevamos dentro.
Treya G.
Comentarios