El miedo es una de las emociones básicas que posee el ser humano desde el inicio de los tiempos; y que comparte con los cerebros mamíferos y reptiles.
Su función es necesaria para la supervivencia de la especie.
Desde el principio de los tiempos, nos servía precisamente para avisarnos de peligros que pudieran dañar nuestra integridad y/o supervivencia.
Un ejemplo podría ser cuando se producía un encuentro entre una persona y una fiera.
Aquí el miedo produce dos posibles reacciones:
La huida, o el enfrentamiento.
Puede, haber un momento de parálisis, pero la persona, (también el animal), acaba generalmente por reaccionar de una u otra manera.
Así el miedo, es la emoción encargada de mantenernos con vida y nos mantiene lejos de situaciones peligrosas.
En muchos casos desencadena una serie de reacciones impulsivas; y siempre produce cambios en nuestro cuerpo.
Ante una amenaza o peligro nuestro cerebro genera cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. Su fin es elevar el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza.
El estrés es otra forma de referirse a aquellas situaciones en las que nuestro sistema de alerta está activado. Ya sea por sobrecarga o porque la situación a la que nos enfrentamos requiere estar atento y preparado para la acción concentrada o la defensa, nuestro nivel de activación se eleva.
El estrés no es patológico en sí mismo, sino que es una reacción fisiológica normal de naturaleza defensiva, que nos impele a responder para cambiar las situaciones que la han generado. Por eso, es muy importante que temores, miedos y el propio estrés, existan: ¿Cómo podríamos distinguir y conocer si no ocurriesen, que algo va mal y que hemos de reaccionar protegiéndonos y adaptarnos transformando hábitos y pautas?
Pero entonces, ¿cómo distinguir cuando el estrés o los temores son patológicos? ¿cuándo consultar?
A veces, nuestros miedos y temores adquieren una intensidad tal que se acompañan de síntomas físicos y psicológicos; a esto lo llamamos ansiedad. Nos avisa de que se ha producido algún desequilibrio interno, algo nos sobrepasa, o sentimos que nos supera, preocupa o ha excedido nuestra capacidad de afrontar una situación.
Igualmente, cuando las respuestas de alerta se mantienen en el tiempo, terminan produciendo una expresión somática y psicológica persistente denominada distrés.
Las hormonas preparan el cuerpo para una posible acción muscular violenta, necesaria para huir o pelear.
Si nos fijamos en nuestro cuerpo ante una situación de miedo observaremos que:
-La respiración se agita y el corazón batea tan fuerte, que parece se nos sale del pecho, dado que los pulmones y el corazón han de llevar oxígeno rápidamente a todos los músculos.
-Empalideces o enrojeces, pues los vasos sanguíneos se contraen en algunas partes del cuerpo,.
-La función estomacal disminuye, la digestión se ralentiza o incluso se detiene.
-Los esfínteres se ven afectados, la vejiga se relaja, causando en algunas ocasiones una pérdida de control.
-Se seca la boca y rara vez lloras durante un gran susto.
-Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida de audición.
En momentos en que estás muy asustado, ni ves ni oyes prácticamente nada más, que lo que te asusta.
El cuerpo actúa de esta forma para aumentar el flujo sanguíneo hacia los músculos, y hacer al cuerpo lo más fuerte y rápido posible, para lo que se aumenta la tensión muscular. Necesita retirar otras funciones que en ese momento son secundarias.
Ha de proporcionar una aportación de energía extra al cuerpo, así que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y el azúcar en sangre.
Se prepara para prevenir una pérdida de sangre excesiva en caso de resultar herido, por lo que se potencia la función de coagulación.
Hoy en día, el miedo ya no nos ha de defender de constantes amenazas a nuestra supervivencia, pero hemos heredado ese instinto de nuestros ancestros.
Por eso los bebes también sienten miedo. Eso si, solo a dos cosas: a caer y a los ruidos fuertes.
Enseguida vamos adquiriendo otros.
Así que el miedo no es tan malo como lo pintan, su función es muy importante y nos salvara de accidentes y peligros. Este es el miedo con un origen real.
Luego tenemos otros que tienen un componente más psicológico e imaginario.
Lo que provoca estos miedos en nosotros, depende de la situación y de la personalidad de cada cual.
A veces es posible que estos miedos, nos lleven a limitaciones, y nos impidan hacer cosas que podríamos hacer perfectamente, o por el contrario nos puede llevar a actuar impulsivamente sin pararnos a pensar si es la mejor opción que tenemos.
Puede llegar a paralizarnos en alguna tarea y que la evitemos, por no enfrentarnos a nuestros temores. Y es que los seres humanos solemos hacer eso, nos gusta pensar, y en ocasiones le damos mil vueltas a las cosas, y llegamos a imaginarnos el peor de los escenarios posibles. Seguro que no tiene porqué ser el más probable, y en muchas ocasiones, ni siquiera llegaría a ser tan perjudicial como nos lo imaginamos.
Un ejemplo sobre un miedo muy común: El miedo al rechazo.
En el pasado era necesario.
El ser humano está predispuesto a vivir en grupo y actuar como una comunidad para superar los grandes desafíos.
En nuestro origen, si un individuo era rechazado por su grupo, acabaría viviendo solo y expuesto a los peligros de los depredadores.
Ese problema con el rechazo se resumiría en:
"Si me rechazan, mis posibilidades de morir aumentan considerablemente."
Hoy en día la situación no es la misma. En la mayoría de ocasiones donde aparece el miedo, el peligro no es real.
Por ejemplo, algunos podemos sentir miedo a hablar ante desconocidos o personas con las que tenemos poca relación. Es un ejemplo que deja bastante claro cuando el miedo deja de ser real (y por tanto, útil).
Si queremos que nos afecte menos, lo mejor es que salgamos de nuestra zona de confort y exponernos poquito a poco a él.
Hacernos amigos. Reconocer y agradecer su utilidad y ayuda en el peligro real; pero, y aunque lo sintamos ahí dentro nuestro, no permitir que condicione nuestra vida.
Si queremos hacer algo y el miedo aparece, lo sentimos. No pretendemos no sentirlo.
Simplemente lo haremos, con el miedo de compañero.
Cuando el miedo comprenda que no hace falta que me salve de esa situación, pues no representa un peligro real para mi, se relajará, se hará más pequeño, dejando de a poquito, de aparecer en ese tipo de situaciones.
La exposición paulatina, es una herramienta que funciona muy bien para reducir el efecto que tiene el miedo sobre nosotros.
Exponerse a propósito a esa situación si es posible, (y si no pone en riesgo nuestra integridad física evidentemente), nos servirá para comprobar que el riesgo no es tan cierto o tan probable como cree nuestro cerebro.
Todos tenemos miedo a algo, pero es importante saber, que se le puede perder el miedo al miedo.
Hagámosle nuestro aliado, con paciencia y constancia, comprendiendo que solo pretende ayudarnos, pero sin ceder ante su poder.