Allá por los años cincuenta, el neurocientífico americano Paul MacLean descubrió que el cerebro estaba formado por tres partes que correspondían a diferentes etapas del desarrollo evolutivo: el cerebro reptiliano, el cerebro emocional / líbico y el cerebro más racional, el neocortex.
A partir de aquí, ha sido Claudio Naranjo quien se ha encargado de desarrollar el tema y llegar a uno de sus mayores aportes con la teoría de los tres amores.
Lecturas que os pueden interesar en este sentido:
"La mente patriarcal" Claudio Naranjo.
Extractos:
“(…) Lo que ya proféticamente describía Gurdjieff a comienzos del siglo pasado es hoy cosa bien establecida gracias a las investigaciones de Paul MacLean, que han revelado la estructura tripartita del cerebro humano.
Sólo el neocórtex, de origen evolutivo más reciente, puede considerarse el cerebro propiamente humano, en tanto que compartimos el cerebro medio con nuestros antecesores mamíferos y se asemeja el cerebro arcaico al de los reptiles.
Es, en este último, dónde se asienta principalmente la vida instintiva, en tanto que en el cerebro medio lo hace nuestra capacidad relacional y en el neocórtex las funciones intelectuales superiores.”
“(…) Si consideramos, a la luz de estas nociones, el precepto supremo del cristianismo del que Jesús de Nazaret afirmó que resumía “la Ley” mosaica: “ama al prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas”, descubrimos que el amor a sí mismo, el amor al prójimo y el amor a Dios no difieren sólo en su objeto, sino en su carácter vivencial. Pues se comprende, implícitamente, que, no es el amor erótico el prescrito al hablar de amor al prójimo, ni el amor compasivo el que aludimos al hablar de “amor a Dios”.
El amor al prójimo constituye una expresión del agape o amor-bondad, y el amor a lo divino corresponde a la forma más alta de ese amor-aprecio que Sócrates y Aristóteles llamaban philia, en tanto que podemos reconocer en el amor a sí mismo—que es inevitablemente un amor a nuestro “niño interior”—el interés por la felicidad de nuestro ser instintivo, regido por el ‘principio del placer’, es decir, el eros.
El precepto cristiano, entonces, resulta no ser uno sino tres: ámate a ti mismo, ama a tu prójimo, y ama, especialmente, a Dios. Y equivale a una implícita admonición a equilibrar el amor paterno con el amor materno y el amor filial.”
“(…) he comenzado proponiendo que el dominio del padre en la familia, a comienzos de nuestra vida propiamente civilizada, llevó a un desequilibrio entre la empatía y la agresión en nuestra vida colectiva, por la represión de la espontaneidad biológica de nuestro aspecto animal; he señalado luego que también repercutió en la vida humana la tiranía del “principio paterno” con una exaltación e idealización del intelecto a expensas de un antagonismo hacia el sentir de nuestro “principio materno” empático, y hacia el inocente y sagrado Eros, además de su correspondiente desvaloración.
La esencia de la mente patriarcal, más allá del predominio de la razón sobre el amor y el sano instinto, ha sido una disrupción del equilibro amoroso entre nuestras tres personas interiores, que nos ha tornado en seres castrados, fríos de corazón y aparentemente movidos por sus ideales pero en realidad impelidos, como máquinas, por un programa patriarcal que los hace compulsivamente adaptables, en su dependencia del afecto y su vulnerabilidad, al castigo y las recompensas.”
"Por una espiritualidad Integral" Claudio Naranjo
Extractos:
“(…) Según Alain Danielou, uno de los más originales historiadores de la religión del siglo XX, la religión común de Europa antes de que llegaran a imperar los dioses olímpicos de los conquistadores indo-europeos fue la dionisíaca, y la divinidad llamada Dionisio en Europa coincidía con la que se llamaba Shiva en la India.
Así, cuando Alejandro Magno atravesó Afganistán y llegó a la India con sus tropas, los iniciados en los misterios de Dionisio que viajaban con él se encontraron con los iniciados de Shiva y se saludaron y reconocieron como hermanos, pues les resultaba claro que eran seguidores de un mismo camino. Se trataba de una religión de lo natural, tanto en la naturaleza como en la mente; una religión que reconoce la sacralidad de la vida tal como es y en la que podemos reconocer el sello del espíritu matrístico de épocas anteriores.”
“(…) Describió Freud la condición neurótica como una en que ciertas provincias de nuestra mente (las “instancias psíquicas” se las llama desde entonces) están divididas entre ellas por el conflicto.
Llamó “superego” a aquella que actúa como un padre crítico internalizado.
Id o ello a la voz del instinto, en el cual la cultura nos enseña a no confiar.
Y “yo / ego” a esa parte de nosotros que intenta reconciliar a las restantes, aunque principalmente se ve personalmente dividida entre sus directivas contrapuestas.
Por útil que sea la concepción freudiana para la neurosis, una persona sana es una en que estas tres voces internas no están en tanto conflicto como en cierta medida de colaboración, y personalmente me he interesado mucho en la visión de la autorrealización como un abrazo intrapsíquico entre estas tres partes de la mente.”
“(…) Pero al hablar del aspecto dionisíaco del espíritu que es la expresión de nuestro niño interior, el aspecto materno y caritativo, el aspecto devocional que aspira a lo que se intuye como ideal o potencial y al aspecto contemplativo que es el conocimiento de la esa mente más profunda, no he cubierto aún lo que considero el espectro completo de la experiencia espiritual; pues si reunimos devoción, compasión, goce y contemplación propiamente tal no hemos incluido un elemento de autoconocimiento que difiere de ese autoconocimiento metafísico de los contemplativos y, sin embargo, es esencial para que nuestro proceso de desarrollo llegue a buen término en el mundo emocionalmente contaminado en que vivimos.”
"Por una educación integradora"
Entrevista a Claudio Naranjo
https://youtu.be/6oRzaYZ-pNw
“(…) Me parece que el eros es el amor de nuestro yo animal, que vive a través de nuestro niño interior que busca la felicidad, prefiere el placer al dolor y necesita libertad.
Obviamente, la compasión y las formas más cotidianas de la empatía benevolente constituyen nuestro aspecto materno, que es voluntad de satisfacer las necesidades de un prójimo.
El amor admirativo, en cambio, que valora el respeto al otro, y para quien la veneración se acompaña de un inclinarse, se desarrolla en el niño ante el padre, a quien toma por modelo y sigue, y en relación a quien aprende la adoración de lo divino y la devoción a ideales.”
“(…) Es cierto que tras dos milenios de cristianismo los occidentales hemos dejado de creer en que el ideal del amor pueda ser suficiente para hacernos más amorosos, pero pienso que ciertos métodos de psicoterapia pueden ayudar rápidamente a las personas a hacer más liviana la carga de resentimiento y/o venganza que han estado arrastrando inconscientemente desde su infancia; y que, sanándolas de su negatividad, las lleve a un estado mental más amoroso y benévolo.”
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